" Las tres grandes incógnitas del conocimiento son el origen del universo, el origen de la vida y la mente humana"






martes, 23 de noviembre de 2010

La diversificación del saber. Especialización científica. La importancia de la filosofía como cosmología.

La diversificación del saber. Especialización científica. La importancia de la filosofía como cosmología.

El desarrollo del conocimiento científico fue posible, surgiendo del ámbito de la filosofía natural, porque introdujo un método y delimitó un ámbito del saber. El método es el que hoy en día llamamos hipotético deductivo. Y, por otro lado, el lenguaje que seguía y en el que se expresaba el método era el de las matemáticas. Por eso decía Galileo que el libro de naturaleza está escrito en caracteres matemáticos. Y también, por lo mismo decía, que la astronomía nos dice cómo van los cielos, mientras que la Biblia nos dice cómo ir al cielo. Aquí establece una clara división entre la religión y la ciencia. Cosa que, por supuesto, no podía admitir la iglesia que tenía el poder en aquel momento y, por ello, el del conocimiento. Por eso lucha contra la separación entre ciencia y religión. Pero el curso de la historia, el progreso imparable, aunque no necesario, de la filosofía natural, posteriormente conocida como ciencia, produjo la separación de hecho, aunque nunca admitida por la iglesia. Pero ésta, poco a poco, con el proceso de secularización al que el saber científico ayuda, pero sin ser el máximo responsable, va perdiendo poder. Y así llegamos a la ilustración en la que se producen las dos revoluciones políticas –en el diecisiete tuvo lugar la revolución científica- que determinan nuestra realidad social. Nos referimos a la americana y el surgimiento de la democracia liberal, con su origen en Locke, y a la revolución francesa que produce el republicanismo con su origen en Rousseau. De la dialéctica entre ambas opciones y la revolución industrial, fruto del desarrollo tecnológico y la globalización iniciada en el Renacimiento, así como el desarrollo de las ciencias económicas y las diversas opciones políticas del XIX, surge el siglo XX y nuestra realidad, cuando se le suma la revolución de las tecnologías de la comunicación. Pero no es el desarrollo de esta historia el que yo quiero tratar aquí. Lo que yo quiero analizar es el problema que ha acarreado el tremendo éxito epistemológico del desarrollo de la ciencia y proponer un modelo de enseñanza, unas líneas generales, que eliminen la brecha, que en la realidad no existe, entre el saber humanístico y el tecnocientífico.

El desarrollo de la tecnociencia nos ha llevado, independientemente de los problemas de la gran ciencia: financiación (capital), política, poder militar, a una superespecialización. El lado positivo de ésta es la eficacia del saber tecnocientífico. El lado negativo es, por una parte, la ignorancia del científico, igual que del humanista, de una visión general e histórica de los problemas, así como una ausencia de interdisciplinariedad lo que nos lleva a una ausencia de diálogo.

Existe un problema estrictamente práctico. El saber es amplísimo y es necesario todo el tiempo de tu vida para acceder a un ámbito del mismo si quieres estar en la primera línea. Es más en los saberes eminentemente prácticos, como la medicina, uno debe estar al corriente de todas las novedades para poderlas aplicar. Esto es una dificultad insalvable que conlleva la inmensidad del saber y es inevitable. Pero hay otro aspecto negativo de la especialización del saber, que es la deshumanización del mismo. Y esto sí es evitable. Mi idea es que la tecnociencia está dehumanizada y que se pierde el norte de una cosmovisión que implique una serie de valores y modos de acción. Y la solución de estos problemas es una forma distinta de enfocar la enseñanza de la ciencia que está anclada en el modelo positivista de la misma. Modelo, por lo demás, ya caduco.

La tecnociencia se enseña en la secundaria y en la universidad desvinculada de su dimensión histórica. Como un conjunto de hechos constatados. De esta manera el alumno tiene una falsa visión de la ciencia. Confunde verdad con ciencia. La ciencia no es la verdad, sino la búsqueda de conocimientos verosímiles. Las verdades absolutas las dejamos para el dogmatismo. Una visión dogmática de la ciencia, es una visión falseada de la misma. La cienia es escepticismo, duda, búsqueda. Por eso es necesario que el que se inicie en la ciencia tenga una visión histórica de la misma. Pero no sólo una visión interna de la historia de la ciencia, que es imprescindible, el hecho de cómo se van sucediendo unas teorías a otras, sino, también, la dimensión externa de la misma. Y no como los acontecimientos que rodean a la actividad científica, sino como la historia en la que la ciencia está inmersa. La ciencia no es algo neutral y etéreo, sino, un producto social, concreto. Con esto no quiero relativizar el conocimiento científico, como hacen los sociólogos de la ciencia, apéndices del posmodernismo. Ya el físico Sokal se encargó de desenmascararlos. Lo que yo estoy sugiriendo es que la ciencia está inmersa en una dinámica histórica y social en la que se dan un conjunto de factores que determinan su desarrollo. Estos factores son de toda índole: ideológicos, políticos, financieros, de intereses profesionales y todo lo demás. Esto no anula, por supuesto, la objetividad de la ciencia, pero sí nos permite entender su desarrollo, que no obedece, como se cree, sólo a la búsqueda de la verdad. Éste último es uno de los factores, quizás el más característico, pero, ni siquiera el más importante. Así, el conocimiento histórico del saber científico nos da una idea más general de la misma, a la par que aúna el saber humanístico con el científico. Pero esta unificación ha de ir más lejos. En última instancia, la pregunta originaria es qué es el hombre. La ciencia no debe perder la perspectiva de lo global. Su descubrimiento particular debe inscribirse dentro de una imagen general del mundo que conlleva unos valores y, de suyo, una forma de acción. Es más, la propia actividad científica contribuye, con la aportación de conocimientos, a la transformación de esta cosmovisión y de los valores éticos. De ahí que el norte y el horizonte último de la investigación científica debe ser el humanismo. En este sentido, la ciencia, la política y la ética están íntimamente relacionadas. Existe una relación de complejidad, no lineal, entre ellas.

Así, la enseñanza de la ciencia debe tener un anclaje histórico, por un lado, y otro cosmológico. Es necesario tener una visión general del mundo, y del hombre en el mismo que sirvan como guía regulativa de la investigación científica y de la praxis (el ámbito de la ética.) Para ello es necesario que en el ámbito de la formación científica y humanística se ofrezca un diálogo interdisciplinar. La especialización elimina la interdisciplinariedad; pero sólo a través de ésta podemos llegar a una cosmovisión (en su dimensión natural y ética.) Por su parte el humanista, como el que se dedica a las ciencias sociales, no puede olvidar que el desarrollo de la ciencia implica una nueva idea y concepción del hombre que excede sus planteamientos. El científico social suele ser un reduccionista y piensa que la naturaleza humana se explica por su dimensión social. De esta forma olvida el desarrollo y la aportación de las ciencias naturales al esclarecimiento de la naturaleza humana. Esto es un error. El desconocimiento científico del humanista lo lleva a la fantasía e incluso a las utopías políticas peligrosas. La ignorancia humanista del científico le llevan a la creencia en una ciencia desencarnada que no tiene nada que ver con el hombre, la ética y la política. Ambos extremos son peligrosos. Y la educación contribuye a fomentarlos. Es necesario una mayor cultura humanística por parte del científico y una alfabetización científica del humanista.

Y aquí entra en juego la filosofía. La historia de la filosofía es, a la par que coincide con la historia de la ciencia hasta el siglo XIX, la historia de la argumentación. Es decir, de la crítica dialógica de las ideas. La búsqueda de una cosmovisión en el que el nivel físico-natural, el biológico y el ético-político queden integrados. Así, el estudio de la filosofía, de entrada, tendría dos funciones. En primer lugar, mostrarnos la argumentación y la crítica racional como forma de acceso a la realidad, la verdad y el conocimiento, saltando por encima de los dogmas, las creencias y las opiniones. Es decir, la filosofía nos enseña a pensar que no es más que poner en diálogo las ideas, partiendo de la base de que lo común es la razón, nuestro logos. El pensar es la búsqueda del conocimiento que, a su vez, tiene a la base, la tolerancia, que es la virtud que se enfrenta al dogmatismo, algo que no sólo se da en la religión, sino que es muy común también en el científico. Una segunda enseñanza de la historia de la filosofía es la serie sucesiva de modelos o visiones del mundo absolutamente integradas que han estado y pueden estar a la base de la investigación científica. Estas cosmovisiones, la dimensión cosmológica de la filosofía, tiene a la base el anhelo del saber global, no de forma extensiva, sino intensiva o integradora. La filosofía como cosmovisión, debe ser un saber integrador.

Y hay también una enseñanza de la filosofía que es el estudio de la ciencia de forma crítica. Esto es, no como una exposición de los logros del saber científico; sino un estudio de la tecnociencia como una forma de acción que pretende buscar la verdad y transformar el mundo integrada en la sociedad. Es necesario que tanto el humanista como el científico tengan un saber crítico de la ciencia. La ciencia transforma la sociedad, pero los ideales sociales, políticos y económicos, también transforman la ciencia y dirigen su camino. Este saber crítico desde el ámbito de la filosofía constituyeron los programas de investigación en Ciencia, Tecnología y Sociedad. Programas de investigación con una dimensión teórica: saber cuáles son las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad y una acción práctica; es decir, ética. Del conocimiento de la ciencia y la sociedad se deriva una praxis, una acción que va encaminada a la consecución de la dignidad humana. Tanto la ciencia, como la política o la economía pueden atentar contra la dignidad del hombre. Si conocemos los dinamismos sociales de la ciencia y persistimos en los ideales humanistas de la ilustración: el hombre como un fin en sí mismo: igualdad, libertad y fraternidad, entonces nuestra praxis debe dirigirse hacia el control de las fuerzas que intentan dirigir nuestro destino eliminando nuestra libertad.

4 comentarios:

  1. El problema de la especialización afectaría también a la enseñanza de las ciencias, porque aunque no dudo de que el filósofo tenga una visión más histórica y amplia de la ciencia, no creo que pudiera profundizar en el estudio y el desarrollo de las técnicas que intenten llegar a la verosimilitud que despeje las dudas que se plantean al conocimiento científico;así como el científico tendrá una idea mucho más limitada de la trascendencia o de la importancia que en el contexto histórico y filosófico tienen todos y cada uno de los descubrimientos. En cualquier caso, el filósofo sabe lo suficiente del desarrollo científico y el científico sabe lo suficiente como para no caer en la tentación de caer en el dogmatismo, y tanto uno como otro aporta su propia e interesante visión al alumno. (Todo esto teniendo en cuenta que depende del filósofo, del científico y del alumno el resultado del manido proceso de enseñanza-aprendizaje)

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  2. Es cierto lo que dices. Pero no se puede perder de vista, aunque a efectos prácticos sea así, que el conocimiento es universal. Ni tampoco se deben perder de vista los ideales éticos del conocimiento. El conocimiento científico no puede estar separado del humanismo, porque precisamente ésas son sus raíces históricas. Renunciar a los valores éticos del humanismo es caer en el dogmatismo de nuevo. Y eso es lo que ha ocurrido con el cientificismo (religión de la ciencia, o la ciencia como creencia). Y esto también se ha extrapolado al ámbito de las humanidades que han pretendido pasar por ciencias, lo cual es absurdo, además, de que ha producido un tremendo daño, como es el caso de la economía y de la pedagogía. Lo que sí es muy cierto es que es necesario abandonar todo dogmatismo. Éste va ligado a las creencias no al uso crítico de la razón, que tiene que ver con la ciencia y la filosofía.

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  3. Si algo he aprendido de lo que llevo de curso puedo decir que la filosofía es un ámbito de segundo orden que, aunque indirectamente sea la precursora del avance científico, en ningún momento se llevará el logro de los avances científicos ya que es la especialización de la ciencia la que se aproxima poco a poco a la verdad. El hecho de que un científico tenga que utilizar su tiempo en aprender y observar la ciencia desde un punto histórico y etico conllevaría un retraso en el progreso. ¿Que puede caer en el dogmatismo? pues probablemente pero... ¿no es más el trabajo de la filosofía el de criticar a la ciencia y pararle los pies en dicho caso de dogmatismo y mas aún de totalitarismo puesto que ciencia y filosofía se complementan?

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  4. Excelente comentario, Ruben. La filosofía, como actividad crítica, como saber de segundo orden, debe analizar la ciencia en su dimensión ética y prevenirnos de los dogmatismos que pueden llevarnos incluso a los totalitarismos. Esto es así porque la ciencia está implicada en la sociedad. Y por eso es necesario un conocimiento de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad. Cuando yo hablo de la necesidad del estudio de la ciencia en su dimensión histórica me refiero al periodo de formación, no en la actividad de investigación. Por otro lado, la filosofía, el pensamiento crítico, y eso lo olvidamos, porque participamos del cientificismo, tiene un aspecto positivo. La cuestión ética y política, forman parte de su ámbito. Y, aunque las ciencias, fundamentalmente a partir de la biología evolutiva, la etología, la psicología evolutiva, etc, aportan luz y conocimiento sobre la naturaleza humana, la reflexión en el ámbito ético y político, así como la propia acción, dependen de la filosofía. Nuestra cultura tecnocientífica nos hace olvidar los grandes logros de la filosofía, que, además, son condición de posibilidad del desarrollo tecnocientifico. Me refiero, por ejemplo, a la democracia, como forma de gobierno o a los derechos humanos como guía ética, política y judicial de la humanidad.

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